André Ferreira
Tú y el Espejo de la Justicia
En las palabras del Divino Maestro: “No juzguéis, y no seréis juzgados”, encontramos un mandato trascendental: abstenernos de juzgar a fin de evitar el peso de un juicio implacable posteriormente, sobre nosotros mismos, lo que se completa en “no condenéis y no seréis condenados”. Es un llamado a la compasión y a la benevolencia, pues aquella medida con la que medimos a nuestros semejantes será el mismo rasero con el que seremos medidos.
Sin embargo, Jesús nos lleva más allá de esta afirmación inicial. A lo largo de los cuatro Evangelios, se nos asegura que nuestro Padre celestial, aquel Dios a quien muchos niegan, no nos negará su gracia si nos arrepentimos sinceramente. En la parábola del Hijo Pródigo, podemos ver cómo el Padre actúa de manera distinta ante el regreso del hijo menor, aceptándolo nuevamente en su hogar y ofreciéndole su amor incondicional. Jesús siempre nos brinda amor y perdón, por encima de cualquier otro comportamiento. Él no responde al mal con mal, y esa misma medida fue aplicada a muchos pecadores con quienes Él se encontró durante su misión en la Tierra.
Asimismo, el Hijo de Dios, con su profundo conocimiento del corazón humano, “Psicólogo de los psicólogos”, nos relata de manera sencilla una realidad que a menudo nos aqueja. Tenemos una mirada penetrante, capaz de escrutar hasta los más diminutos defectos en nuestros prójimos, pero nos cuesta advertir nuestros propios – y con frecuencia, mucho más graves- defectos. Es la metáfora de la mota en el ojo ajeno y la viga en el propio, una invitación a reconocer y vivir la verdad tanto en los demás como en nosotros mismos.
En suma, Jesús nos insta a vivir en la verdad, a comprender la realidad de nuestros semejantes y a reconocer nuestra propia verdad. Al renunciar al juicio despiadado y abrazar la misericordia divina, encontraremos la paz y la reconciliación tanto con aquellos que nos rodean, como con nosotros mismos.
Eso no significa pactar con el mal, que siempre debe ser combatido, pero es la aplicación del viejo y conocido principio de amar el pecador y odiar el pecado.
La Biblia: Mateo 7:1-5, Lucas 6:37-42, Juan 8:1-11
La teología: Tomás de Aquino, «Summa Theologica», Juan Calvino, «Las Instituciones de la Religión Cristiana»
La psicología: Martin Seligman, «La auténtica felicidad», Fred Luskin, «Forgiving the unforgivable»
La filosofía: Platón, «La República», Aristóteles, «Ética a Nicómaco»
La sociología: Michael Walzer, «Justicia»