Santa María de las cuatro palabras
Señor Jesús, al entrar en este mundo, enviado por el Padre, dijiste entusiasmado: “Padre, me has dado un cuerpo apto para todo sacrificio: aquí estoy, para hacer tu voluntad”. Infunde en mi corazón los mismos sentimientos que impulsaron tu vida de entrega a la voluntad del Padre.
Santa María, Virgen gloriosa “al aceptar la palabra divina fuiste hecha Madre de Jesús y abrazando la voluntad salvífica de Dios con corazón generoso y sin impedimento de pecado alguno, te consagraste totalmente a ti misma cual esclava del Señor a la persona y a la obra de tu Hijo, sirviendo el misterio de la redención con él y bajo él, por la gracia de Dios omnipotente”. Quiero imitarte en tu entrega, oh Señora mía y Madre mía.
Vengo a pedirte dos gracias: que me introduzcas en los sentimientos profundos de Jesús, que tú tan bien conoces y que me expliques en cuatro palabras cómo respondiste tú al que te eligió, te predestinó y te hizo morar en su templo santo.
Tu vida, a imitación de la de Jesús, fue una respuesta perfecta, expresada en cuatro palabras: “sí”, “aquí estoy”, “amén”, “aleluya”. Cuatro palabras que sintetizan elocuentemente los sentimientos de Jesús, el Siervo de Yahvé, y tu permanente actitud de sierva del Señor. Por eso, me encanta llamarte Santa María de las cuatro palabras: “sí”, “aquí estoy”, “amén”, “aleluya”.
Con estas cuatro palabras yo quiero hacer un marco y meterte dentro. En estas cuatro palabras quiero enmarcar toda mi existencia cristiana y no salirme de ahí.
“¡Sí!” es la respuesta de los fieles, de los convencidos, de los enamorados. Palabra breve, exigente, comprometedora. Es la expresión de la coherencia. Cada día y en los mil detalles de cada día quiero vivir las exigencias del “sí”. Quiero que mi vida sea un “¡sí!” a ti; un “si” grande, redondo, global, que a lo largo del año y de los días se va desglosando en una serie de “síes” menudos, pequeños, sin relieve.
Somos los profesionales del “si”. Nuestro bautismo fue un “sí”; la consagración a Dios es un “sí”; la ordenación sacerdotal es un “sí”; cada sacramento recibido es un “sí”, ya que expresan la fe, la adhesión total, plena y definitiva a ti, Señor. El primer “sí” viene del Padre, que dijo “sí” a nuestra salvación y envío a Jesucristo como salvador. Jesucristo es el “sí” más perfecto al Padre, cuya voluntad cumple perfectísimamente. Le haces coro tú, Santa María, Virgen gloriosa, con tu “sí” amoroso, virginal, valiente y total.
Quiero hacer de mi vida un “sí” al Señor y a la santa Iglesia; un “sí” total, incondicional, permanente, con todas las exigencias que encierra, con toda su ascética, que compromete mi existencia entera. Al decir “sí” quiero arrancarme de todo lo mío, como lo hicieron todos los que siguieron tu llamada.
“Sí” es el grito de los libres, de los que no están aprisionadas por condicionamientos ni ataduras. ¡Cómo nos ata y condiciona la vida, la familia, el cargo, el escalafón, la edad, la comodidad, la falta de ilusión y de espíritu de sacrificio. ¡Quiero vivir en un “sí” generoso y constante, porque creo y acepto tus bienaventuranzas, esas paradojas admirables tuyas que llaman dichosos a los pobres, a los mansos, a los que perdonan, a los limpios y sencillos de corazón, a los que aguantan y sufren.
“¡Aquí estoy!”. Dos palabras breves, tajantes. En latín una: “ecce”. Es la palabra que han pronunciado los grandes amigos de Dios siempre que oyeron su llamada. El primero que la pronunció con gran agrado del Padre fuiste tú, Señor. Esta fue tu primera y última palabra. Y durante toda tu vida esta fue la palabra más pronunciada, más repetida por ti, como permanente ritornello de tu canto a la gloria del Padre.
Esta palabra fue familiar para ti, Virgen María. Desde el Corazón de Cristo y al unísono de tu Corazón, unido a los grandes enviados a lo largo de la historia de la salvación y a los consagrados de todos los tiempos, quiero decir al Señor: aquí estoy, envíame. Aquí estoy; presente; dispuesto; lo que tú quieras; como tú quieras.
Aquí estoy Señor. Es la palabra que expresa mi actitud permanente de entrega, de disponibilidad; es la respuesta que quiero darte, la puesta a punto de mi espíritu, la prontitud de mi voluntad que llegue a arrastrar la carne, la sujete y domine, para hacer, siempre y en todo, cuanto sea de tu agrado. Lo mío es hacer, no escoger; lo mío es darme, no quedarme en simples planteamientos. Estoy dispuesto Señor, a dejar lo que hago, por mucho que me guste y por muy bien que me parezca, si tú me pides otra cosa a través de las sugerencias de la santa Iglesia. Estoy a punto, Señor. Espero tus órdenes. Y ya sabes que para mí, son órdenes cualquier deseo e insinuación tuya y de tu Iglesia.
“! Amén!”. Es la palabra mil veces repetida en las SagradasEscrituras y en la liturgia, que contiene un rico significado. Expresa la adhesión total, entusiasta y amorosa a tus planes, Señor; esos planes del Padre realizados en ti, oh Cristo, que vives y actúas en la santa Iglesia.
Quiero hacer de mi vida un amén. Quiero enmarcar mi vida en un amén, grande, profundo, total, redondo, entero, definitivo, que abarque todo y dé sentido a todo. Un amén de los pies a la cabeza.
Cada mañana, al comenzar el día, desconocido, nuevo, sin estrenar, firmaré en blanco con un amén total, amoroso, confiado. Lo dejo todo en tus manos y en las de mi Madre Iglesia; que ella interprete el designio de Dios realizado en Cristo, sacramento universal de salvación, escriba lo que quiera. Yo ya he firmado en blanco de antemano y lo he rubricado con un amén. Santa María del Amén, quiero decir contigo amén a todo el plan de Dios sobre nosotros, sobre mí, sobre el mundo. Él todo lo hace con sabiduría y amor: amén. El, es el padre que nos ama: amén.
Amén es la respuesta de los valientes.
Mi vida quiero que sea un amén, como el tuyo. María, Madre mía, Señora del amén, con el espíritu de Cristo. Yo sé que “amén” es una palabra intraducible, inefable en su expresión completa, sencilla y profunda, llena de exigencias, breve como una sentencia, exigente como un contrato irrescindible, intocable como la profundidad de lo sublime, tajante como la verdad. Quiero enmarcar mi vida en un amén así completo, así luminoso y valiente.
“¡Aleluya!”. Es una fórmula hebraica intraducible.
Quiero que mi vida sea un aleluya de los pies a la cabeza, envuelta en la alegría y el gozo de la redención copiosa obrada por el Señor que nos visitó con entrañas de misericordia. Dame, María parte de tu espíritu del magnificat para decir contigo en cualquier circunstancia de mi vida: “Proclama mi alma la grandeza de Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”. Qué bien sabías decir el aleluya en la tierra. Qué perfecto aleluya el tuyo en el cielo.
Mi anhelo es que Dios sea en todo glorificado, que en todo reciba honor y gloria. Quisiera hacer algo para que la santa Iglesia, “unificada por virtud y a imagen de la Trinidad aparezca ante el mundo como Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu, para alabanza de tu infinita sabiduría”.
Este es el marco que quiero construir para mi vida: “Sí, aquí estoy, amén, aleluya”. Lo que quieras de mí, Señor; lo que quieras de mí, que yo, con tu gracia estaré siempre contento. Pase, lo que pase, me suceda lo que me suceda: sí, aquí estoy, amén, aleluya. Haz de mí lo que quieras, que yo siempre quiero cantar el aleluya.
Santa María de las cuatro palabras, enséñame a decir: “Sí, aquí estoy, amén, aleluya”. Santa María de las cuatro palabras, enséñame a vivir en el marco de estas cuatro actitudes: “Sí, aquí estoy, amén, aleluya”.
Pero es muy fácil desmarcarse. No siempre es fácil decir “sí”. Muchas veces resulta muy arriesgado decir “aquí estoy”. Hay ocasiones en que no sale el “amén” de ninguna manera, es muy duro el asunto. Y cuántas veces nos sentimos impotentes para decir “aleluya”, dar gracias a Dios, pues nos parece que no ha sido bueno con nosotros. Temo salirme del marco que acabo de fabricarme. No me dejes.
Santa María, Virgen de las cuatro palabras, ruega por nosotros.
(Citas extraídas del mencionado libro Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae en las páginas 121 a 124, Editorial EDICE, Madrid, 2016).