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Santa María de la puerta

Señor Jesucristo, tú has dicho que eres Puerta. Qué gran noticia para mí que he andado llamado a tantas puertas engañosas, buscando salida, sin encontrar la puerta. Tú eres la Puerta.

Cada día llaman a mi puerta. Tú llamas a mi puerta cada día. Tengo que saber abrir y cerrar; estar en casa y en la calle; con Dios y con la gente; en intimidad conmigo y preocupado por los demás; sólo, pensando y con las gentes, actuando; hay un tiempo de abrir y un tiempo de cerrar las puertas.

Aquí está mi problema. ¿Cuándo abrir? ¿Cuándo cerrar? ¿A quien deja pasar? ¿A quien impedírselo y pararle los pies? ¿Quién viene a invadirme? ¿Quién a compartir mi vida? Qué difícil es ser buena puerta.

Yo no soy buena puerta. Muchas veces el ángel me reprocha: ¿Por qué no abriste? Y muchas veces me riñe: Pero ¿por qué abriste? Tú eres una puerta magnífica, nada ruidosa, nada áspera, nada imponente, no das miedo, infundes confianza, garantizas la seguridad sin encarcelar. Así quiero ser Señor. Enséñame a ser puerta, buena puerta. Que sepa abrir y cerrar convenientemente las puertas de mi corazón y de mi mente, de mis pensamientos y sentimientos, de mis deseos y afectos.

Cuánta gente bloqueada por pasiones egoístas, envidias, orgullo, cerrazón, incomunicación, encerramiento en sí mismo. Cuánta gente con las puertas cerradas, encerrados en su yo, su grupo, su postura, sus ideas, dando vueltas a lo mismo siempre, a lo que les interesa, a lo que les conviene, solo a lo suyo. Siempre declinando el yo. Solo declinando el yo. Qué bien sabemos declinar el yo en todos los casos. Yo, de mí, a mí, por mí, para mí, conmigo. Siempre el yo, mis ideas, mis amigos, mi grupo, mis puntos de vista. Tercos, empecinados, intransigentes, egoístas, individualistas, casas cerradas. No hay jornadas de puertas abiertas. Qué poco importan los otros.

La cerrazón es mala. Una habitación cerrada por largo tiempo, aunque esté limpia, huele mal. Sin embargo, el problema es sencillo: abrir puertas y ventanas.

Cuántos problemas se resolverían con una buena confesión, con un diálogo pastoral sencillo y sincero.

Las puertas no son para estar siempre cerradas, para eso son los muros; pero tampoco para estar siempre abiertas, en ese caso sobran. Las puertas son para abrir y cerrar. Tú Señor, quieres que estemos con las puertas abiertas, pero no a la intemperie; que seamos simpáticos, pero no disipados; alegres pero no alocados; campechanos, pero no disolutos; presentes en el mundo, pero no del mundo; iguales en todo a todos, menos en el pecado.

Esto exige dominio de sí, control y señorío de sentimientos y tendencias, tomar algunas precauciones, saber cerrar puertas a su debido tiempo.

A tus seguidores no los quieres ñoños ni mojigatos, pero tampoco insensatos ni desvergonzados. Tu redil tiene puerta. Tú eres la Puerta. Mira, Señor, que hay “ladrones y salteadores” de redil que están forzando las puertas que guardan tus tesoros en las almas. Se está desmontando el pudor instintivo que tú nos diste, se está destrozando la modestia cristiana; nos dejan sin puertas, queda a la intemperie la propia dignidad humana. Son muchas las personas imprudentes, de escaso sentido crítico y poca formación, que se hallan indefensas ante la invasión de propagandas fascinantes, en ambientes intoxicados y hostiles, sin capacidad de reaccionar ni de cerrar las puertas del espíritu a la invasión del mal. Nos quedamos sin defensas. “El que se alza su puerta, busca su ruina”. Muchos buscan su ruina por falta de control, por no saber decir no a tiempo. Porque no guardamos las puertas, estamos cayendo en desenfreno, libertinaje, relajación, disipación, vulgaridad, estamos como “agua derramada”. ¿Para qué sirve el agua derramada? También hay que tener valentía y coraje para saber cerrar la puerta a tiempo.

Cerrar la puerta, sí, pero, no dar portazos. La puerta tiene su lenguaje. Cuando se abre, parece decir: “Sí”; qué difícil, en algunos momentos; qué difícil en algunos momentos, es decir, No.

Hay una ascética del “Si”, que tiene exigencias de generosidad, apertura y entrega. “Un labio lejano me ha dicho  que tienes cerrada la puerta; sí es cierto, reforma el capricho, tu puerta ha de estar siempre abierta”. Pero, también hay una ascética del  “No”, que exige renuncias, vencimiento, negación de sí, dominio, energía, fuerza de voluntad. «Pobre barquilla mía… sin velas desvelada… ¿a dónde vas perdida? ¿A dónde, di, te engolfas?; que no hay deseos cuerdos con esperanzas locas”.

Las puertas de las iglesias me interpelan a mí. Toda persona es templo tuyo, donde moras y actúas. Detrás de cada persona estás tú. Cuando llamo a cualquiera, te estoy llamando a ti.

Yo quiero sentirme puerta de la Iglesia, patente, en la calle, portada del Dios en la calle, testigo del Dios vivo. Que en todos provoque el deseo de buscarte.

Te contemplo entusiasmado, Santa María de la Puerta, a ti que eres la puerta “preciosa”, la “feliz”, puerta, la puerta “siempre abierta”que introduces en el Señor. Dime, María, ¿cuántas veces abriste la puerta a los que preguntaban por Jesús en Nazaret? Ábreme ahora a mí, quiero ver a Jesús.

Santa María de la Puerta, ábreme, quiero estar contigo para que me hables de Jesús; déjame mirarte, tú eres su retrato más fiel. Al verte a ti el corazón desea vehementemente contemplar la realidad por ti tan bien representada. Por ti nos vino la vida. Tú diste paso a la luz. Déjame entrar, oh, Puerta de la Aurora, oh, Puerta del Sol. 

Santa María de la Puerta, Virgen del Parteluz, abre, quiero ver a Jesús; por ti vino él a mí; yo vaya a él por ti; facilítame el paso; déjame entrar y cierra enseguida; me doy miedo; siento tentación de alejarme, de abandonar y huiré; cierra, no me dejes marchar, no me dejes salir, que no quiero andar vagando por las afueras disipado, distraído, derramado, disperso; ciérrame el paso; impide mi salida; mantenedme siempre dentro, en Casa, con Cristo, en el Corazón de Dios, oh feliz y segura Puerta del Señor.

Santa María, de la puerta, ruega por nosotros

 

Citas extraídas del citado libro Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae en las páginas 331 a 334, Editorial EDICE, Madrid 2016).

La Asociación Misericordia dio inicio en octubre pasado a una sección nueva. Se trata de transmitir regularmente unos preciosos pensamientos sobre la Santísima Virgen María de autoría del Obispo emérito de San Cristóbal de La Laguna, Canarias, Mons. Damián Iguacén Borau.
Este ilustre Prelado, fue el Obispo más anciano del mundo hasta su fallecimiento el 24 de noviembre.
Cuando Mons. Damián Iguacén cumplió cien años, la Conferencia Episcopal Española publicó un libro denominado “Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae” que reúne una serie de escritos de D. Damián sobre la Virgen María, dedicados a las más variadas advocaciones y títulos de la Virgen por él ideados.
Por considerarlas de mucha utilidad para nuestros lectores, publicaremos regularmente citas de esos escritos de Mons. Iguacén en el libro editado por la CEE en la Editorial EDICE, Madrid 2016.