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Santa María de la Acogida

 

María es la criatura mejor acogida por Dios. “Has hallado gracia delante de Dios” le dice el ángel, la que mejor ha acogido la gracia y la Palabra de Dios, y la que mejor nos acoge a nosotros “pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Acogida viene de acoger. Acoger es un verbo que hemos de aprender a conjugar bien en todos los tiempos, si queremos que nuestra sociedad no sea selvática, sino humana, si queremos comunidades fraternas y que nuestro mundo sea una familia de hermanos. Es difícil acoger, acogernos; pero sin acogida, no hay vida cristiana.

En la Sagrada Escritura el objeto central del amor es el pobre, el extranjero, la viuda, el huérfano, es decir, aquellos seres débiles y desvalidos que no pueden ayudarnos, ni de ellos podemos sacar nada, que no pueden darnos nada a cambio. La acogida tiene mucho de gratuidad. Hay una larga lista de seres débiles. Es débil todo el que no puede valerse del todo por sí mismo, ya sea permanentemente, ya sea ocasionalmente. La acogida abarca todas las obras de misericordia, todas son “acogida”.

La acogida es una exigencia del amor fraterno. Dios nos ha dado al hermano para que lo amemos, no simplemente para que lo soportemos. Hay que superar los vínculos de la carne y de la sangre: todos somos hermanos. La fe y la gracia de Dios, que nos hacen hijos de Dios, crean comunidades con vínculos de fraternidad más fuertes y durables que los de la carne y de la sangre.

Es verdad que todos somos muy distintos; por voluntad de Dios todos somos diferentes, pero no para enfrentarnos, pelearnos y distanciarnos, sino para completarnos, enriquecernos y entrar en comunión. La heterogeneidad es la garantía de autenticidad evangélica de una comunidad.

Los hermanos no se eligen, se nos dan, se aceptan y se acogen. Una exigencia del amor fraterno es acoger a todos.

Hay que aceptar a todos, a cada uno como es, no como nosotros quisiéramos que fueran. Aceptar al otro, como el otro es, reconocer que es diferente, que no tiene por qué ser como nosotros, sentir como nosotros y tener nuestros propios gustos.

La influencia de unos sobre los otros no ha de ser para anularlos y eclipsarlos. Se ejerce un positivo influjo sobre los otros en la medida en que les permitimos, les ayudamos y les estimulamos a ser ellos mismos, tal como Dios los ha creado y quiere que sean, dentro de las naturales reglas de convivencia.

Para aceptar al otro es preciso antes que nos sepamos aceptar nosotros a nosotros mismos. Es difícil que se acepte al otro el que no acepta a sí mismo. Primero he de aceptarme yo, he de estar conforme con el ser que soy, con las cualidades que tengo y con las limitaciones. Esta aceptación de uno mismo ha de ser incondicional; no me acepto a pesar de mis limitaciones y defectos, sino que me acepto con mis limitaciones y defectos, que procuraré ir superando. Las reacciones violentas, las estridencias, no son sino descargas de nuestros conflictos internos no maduros ante Dios.

El que vive “harto” de sí mismo termina “hartándose” de la vida y de los demás, y “hartando” a todos. No seremos capaces de aceptar a los demás como debemos, si no nos aceptamos a nosotros mismos. Una vez que uno se acepta a sí mismo y, a partir de ahí, sabe tomar la vida en sus manos y llamar las cosas por su nombre, el cambio a lo mejor llega sin que se advierta. Sentirse amado y aceptado por Dios tal como es, y aceptarse a sí mismo, es una fuente pura de felicidad: Dios me quiere como soy, y, desde como soy, trabajaré por la perfección.

Acoger es escuchar.  Muchos no necesitan más que ser escuchados. Ser escuchados con afecto es para muchos una terapia. El desprecio más doloroso se suele expresar diciendo: no ha querido ni escucharme.

Escuchar no es simplemente oír; es oír con atención, con interés. El problema de innumerables personas es la incomunicación, no tienen interlocutores, aunque vivan con otros. Son muchas las personas que nadie escucha.

Escuchar no es fácil; es más fácil hablar de lo nuestro. Si amamos poco, se nos hará muy costoso. Tenemos tendencia a dar “mucha importancia a lo nuestro y menos a lo de los otros. Es difícil escuchar porque nos parece perder el tiempo, porque ya sabemos lo que nos van a decir, porque bastantes problema tenemos nosotros para que nos vengan con problemas, el ritmo de la vida nos dificulta la escucha, no tenemos tiempo”.  Pero si somos sinceros, todo esto es excusa, muchas veces no es la falta de tiempo, lo que nos falta es interés y amor. El, que no escucha no será acogedor.

Y una escucha fría, no cordial, “diplomática” de  simple educación, no es la escuchan que esperan y necesitan los que nos hablan. Escuchar es para acoger, y acoger es para ayudar a solucionar la situación, no para ser cómplice de ella.

Acoger es comprender. Acoger es comprender al otro desde dentro.

La persona es la única criatura creada que Dios ama por sí misma. A veces nosotros amamos y apreciamos a los otros no por sí mismos, sino por la relación que tienen, con otros, que para nosotros,  son los importantes y con los que queremos quedar bien. Hay todo un mundo de recomendaciones y enchufes. Una acogida que necesita recomendación, pude ser una acogida adulterada; otra cosa es una buena y objetiva información. Hay un desprecio de la persona cuando se la trata como un número, un caso, una pieza de engranaje, por lo que cotiza o rinde, por el voto. En todo esto hay una falta de respeto y un peligro de instrumentalización.

Solo cuando se llega a una madurez afectiva se tiene independencia interior, se sabe acoger y caminar juntos.

La Virgen María es modelo de acogida de la gracia y de la Palabra de Dios.

Cuando acogemos la Palabra de Dios y entramos en el conocimiento de Nuestro Señor Jesucristo, se produce en nosotros un deseo vehemente de entrar en comunión con ÉL y un impulso incoercible de darlo a conocer, nos hacemos morada y servidores de la Palabra, acogedores y servidores.

Santa María, Nuestra Señora de la Acogida, Madre del gran Compromiso, señora del sí a la entrega total, Corredentora, Colaboradora del Señor, enséñanos a amar como tú amas, con amor de compromiso. Haznos comprender que amar es escoger, que acoger es aceptar, escuchar, comprender, preocuparse, respetar, valorar, responsabilizarse de la vida y del crecimiento de los otros.

Santa María, nuestra Señora de la acogida, ruega por nosotros.

 

(Citas extraídas del mencionado libro Sub tuum praesidium Sancta Maria, Mater Ecclesiae en las páginas 22 a 29, Editorial EDICE, Madrid, 2016).